Muchos pueden tener una cantidad enorme de amigos, y tener pocos que lo conozcan realmente, también están aquellos como yo, que tienen solo algunos pero me conocen muy bien.
Había uno en particular, que nació hace unos 13 años, que era de los más acérrimos compañeros que he tenido en mi vida. Me conocía por completo, me ha visto feliz, festejar, gritar, llorar, melancólico, y en todas las facetas en las que un ser humano recorre su vida.
Lo vi nacer, cuando aún no podía ponerse en dos patas, cuando se hacía pis encima, cuando me entraba en la palma de una mano para luego ser pura fibra de músculo, me reí cuando lo corría con la manguera cuando no quería bañarse, lo sentí cuando accidentalmente rozó su diente en mi, y la doctora, a las horas mientras me daba la vacuna antitetánica me dijo "si vos no eras el dueño, y con la mandíbula de un rottweiler, te sacaba la pierna", lo sufrí cuando en su locura de querer saludarme, corrió 100 metros y me atropelló para darme una vuelta entera en el aire y aterrizar de espalda, lo lloré cuando la edad lo aquejaba y empezaron los problemas...
Nunca fue un compañero exigente ni tenía que estar encima de él todo el día, simplemente me miraba y dependiendo mi humor, sabía exactamente que hacer para sentirme nuevamente reconfortante y feliz. Si yo estaba alegre, se me venía encima y casi a gritos me exigía que le tire la pelota para que nos quedemos jugando toda la tarde juntos, si yo estaba triste o trabajando, simplemente se me recostaba en la oficina y me hacía una compañía silenciosa pero fiel... siempre fiel.
Luego de una operación para extirparle un cáncer mandibular hace un año, a los pocos meses vuelve a salirle otro, y dada su avanzada edad, decidí no exigirle otro tratamiento ni hacerlo pasar por el sufrimiento de inyecciones, exámenes y el tan temido quirófano. Un lavado de dientes cada 3/4 días con enjuagues y unas artimañas extra, eran suficientes para que disfrute sus últimos años de vida.
Hoy, 30 de marzo, y luego de unos días de intenso sufrimiento y el no poder comer dado a que su cáncer se extendió por toda su boca, tomé la decisión de practicarle la eutanasia para terminar con tal agonía.
Es el momento más contradictorio que viví. Terminar con su vida por un lado, y acabar con su sufrimiento por otro. Ser la última persona que él vió mientras le cerraba los ojitos y le decía "ya terminó todo el sufrimiento, gracias por todo", fue por muy lejos, el momento más triste pero reconfortante (nueva contradicción) que experimenté en mis escasos 24 años.
Ya no me quedan lágrimas para llorarlo, y mientras escribo estas líneas, siento que mi alma está de luto en un extraño piloto automático.
Espero que quienes tengan animales en su casa, los disfruten porque son la base de una vida llena de alegrías, quienes no los tengan, se los recomiendo fervientemente, pero nunca compren, siempre hay animales sedientos de amor en cada esquina.